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/ De esclavas y de siervas: víctimas del crimen en Guatemala

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tremos de la frontera. El Suchiate se convierte en el limbo donde los 
migrantes permanecen a la espera de un trabajo, a la espera de un 
golpe de suerte, a la espera de un tipo que pague algo a cambio de 
sexo.

–Pasa mucho. Las mujeres vienen y se quedan sin dinero, entonces 
buscan trabajo en estos lugares. De allí, ya como que le agarran el 
gusto y se van quedando. –dice el hombre sudoroso que pedalea un 
tricitaxi por las calles de tierra de Tecún Umán, el poblado guate-
malteco.

El tricitaxista hace un gesto con la cabeza señalando las “cervecerías” 
con paredes de madera, pintadas con publicidad de cerveza.  Es me-
diodía y ellas ya están allí. A la espera.

Al otro lado del río, en el extremo mexicano, a mediodía, las cantinas  
tienen prohibido abrir. Ellas sólo pueden trabajar cuando cae el sol –es 
por las escuelas dirá alguien, validando la hipocresía-. Sólo están abi-
ertas las cervecerías –en donde, en teoría no se negocia con sexo- y de-
ben cerrar a las 8 de la noche, cuando las otras empiezan a abrir. “No 
se aceptan drogados ni hombres uniformados ni armados”, se lee en 
las fachadas. (Ellas prefieren trabajar en México. “En Guatemala todos 
van armados”, dirán después). En Ciudad Hidalgo los prostíbulos y las 
cervecerías están junto a la línea de tren abandonada.

En el bar de Charlie hay tres mujeres. Una alta, fuerte y morena, hon-
dureña. Una de mediana estatura, coqueta y avispada, mexicana; y otra 
bajita y silenciosa, guatemalteca. Allí están las tres chicas de Charlie. 
Mariana, la hondureña es la administradora; ellas sólo “ficherean”. No 
se ocupan. Si ella quisiera, dice Mariana señalando a la guatemalteca, 
podría hacer buen dinero ocupándose, especialmente porque los clien-
tes siempre buscan a la nueva y “ésta está regular”, dice refiriéndose a 
la apariencia y juventud de la chica que cruza todos los días el Suchiate 
para ganar comisiones en el otro borde del río.