Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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El río revuelto
El río Suchiate es un duty free líquido. No huele a perfume, huele a
mierda. La mercancía, los migrantes, los trabajadores temporales se
trasladan sobre dos neumáticos de tractor sujetos por una estructura
de tablones de madera, conducido por un balsero que empuja el
artilugio con una pértiga.
El Suchiate es barrera y es paso, es el camino y es el tropiezo. El río
es la línea fronteriza entre México y Guatemala. En invierno muere
gente. Dicen los de las balsas que les ha tocado recorrer 20 kiló-
metros río abajo para buscar los cadáveres en el mar, que “a veces
aparecen, a veces no”.
En algún momento los vecinos se alarmaron porque del lado mex-
icano se empezó a construir un muro. Es un dique, dicen ahora,
siempre que sube el río en invierno, Ciudad Hidalgo, el pueblo de
la ribera mexicana se inunda. Eso pasó cuando la tormenta Stan, en
2005, arrasó en Centroamérica y llegó hasta las vías del tren que se
detenían en Ciudad Hidalgo. El tren ya no llega al poblado, cam-
biaron las rutas.
Jabones, papel higiénico, doble-litros de soda, tuberías, galletas y
dulces mexicanos; ropa de segunda mano, frutas y verduras, de Gua-
temala, cruzan en las balsas a menos de un kilómetro de donde está
el puente, el puesto migratorio y donde se cobraría impuestos por
los productos. Del lado guatemalteco hay un picop de la policía, del
lado mexicano también. Como hormigas los hombres hacen cola
para ayudar a descargar los productos. Ni en el borde guatemalteco,
ni en el borde mexicano hay algún tipo de control de los que cruzan.
A veces, cuando se llega al Suchiate ya no es posible seguir, se acaba
el dinero. Dicen que muchas mujeres se quedan en uno de los ex-