Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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la ambigüedad es una de las principales armas de los delincuentes
y, a veces, no saben reconocerlo. Y cuando el crimen organizado
trasciende fronteras es aún más complicado de asir.
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Guatemala es país de tránsito, de estadía y de migración de perso-
nas: Circulan mujeres, unas se quedan y otras se van. ¿Cuántos de
esos migrantes internos, cuántas de las migrantes centroamericanas
rumbo al norte, resultan siendo víctimas?
La tierra de Guatemala, Centroamérica en general, está fusionada
con pólvora. Cerillos de diferentes formas –guerras civiles, catástro-
fes naturales, violencia en las calles, más violencia en las casas– que
encienden explosiones y empujan a sus habitantes a huir. En la hui-
da pocos dejan aviso de su lugar de destino, las huellas son borradas
por el que viene corriendo detrás.
La guerra interna de 36 años, el terremoto de 1976, la violencia pro-
vocada por un monstruo de decenas de cabezas, un Estado pequeño
y macrocefálico que se olvida del interior del país y una capital que
atrae como imán a los campesinos de las áreas rurales, genera mo-
vilizaciones dentro del país y hacia afuera. Guatemala es un puente
minado por el que pasan muchos y en el que puede pasar todo.
Como México. El Instituto Nacional de Migración de México, esti-
maba en 2010, 140 mil “eventos” de tránsito irregular por México;
estos eventos podían ser el mismo migrante intentándolo varias vec-
es. La mayoría de esos migrantes son centroamericanos que tuvieron
que cruzar o salieron de Guatemala. Uno de cada diez guatemalte-
cos vive en EE.UU.; uno de cada cinco hondureños; uno de cada
tres salvadoreños.