Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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–ente de la Vicepresidencia-. Sin embargo, fue hasta agosto de
este año –tres años después de su formación- con la visita de Najat
Maalla M’jid, la Relatora de Naciones Unidas ONU sobre venta de
niños, prostitución infantil y utilización de niños en pornografía, que
la Svet entregó un informe y firmó un acuerdo con la Organización
Internacional para las Migraciones para hacer monitoreos –tarea
incumplida desde 2009-. Una de las conclusiones de la relatora fue
la imposibilidad de tener un diagnóstico adecuado –en referencia a
la trata infantil- “debido a lo contrastantes que le resultan los datos
de las distintas instituciones”. M’jid encontró que las instituciones
gubernamentales no tienen definidos sus roles en cuanto a la trata
infantil y que eso impide una fiscalización de sus obligaciones. Su
conclusión se puede extrapolar a la trata de adultos.
La ley penaliza la “promoción, facilitación o favorecimiento de la
prostitución”; es decir, prohíbe el proxenetismo a extremos de rigu-
rosidad como el de Suecia. No obstante, hay una especie de acu-
erdo tácito entre instituciones –la policía y las municipalidades, por
ejemplo–, en el que si no hay denuncias, la explotación sexual sigue
funcionando sin que haya demasiadas acciones que persigan de ofi-
cio el delito.
Hay muchas instituciones estatales, secretarías, departamentos de
los ministerios, involucrados en la prevención, en la protección y
en la persecución, pero da la impresión de que funcionan de forma
aislada unas de otras y que más bien se encargan de apagar fuegos,
sin que se descubran las cabezas y las raíces.
Hasta hace unos meses, a pesar de la ley, las trabajadoras sexuales
estaban obligadas a portar una tarjeta de salud que las etiquetaba
como tales y que garantizaba que no padecían de alguna enferme-
dad de transmisión sexual. Por un lado se daba alguna protección
sanitaria a las mujeres, pero implicaba que el Ministerio de Salud