Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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de la Novena, funciona igual en todos los locales. También nos dirá que los
Q1,100 que afirman ganar de salario base son mentira, que rondan los Q800
(US$100 al mes), menos que el salario mínimo legal de Q2,040 (US$260)-. El
redondeo del salario es a base de las fichas y sí, por “ocuparse” con los clientes.
En El Salvador le dicen “ocupar” a “utilizar”; el diccionario dice: “ocupar:
Tomar posesión o apoderarse de un territorio. Llenar un espacio o lugar”.
Se sientan tres a nuestra mesa, incluida la administradora o “la dueña”. Sólo
la más joven, que apenas habrá cumplido la mayoría de edad, se queda tras el
mueble que hace de barra y custodia las refrigeradoras con cerveza. Ahora los
parroquianos beben solos, aunque les siguen comprando cervezas a las chi-
cas e invitándolas a botellas que ellas traen a nuestro puesto. Intercambiamos
cigarros, reunimos monedas para la música. Reímos y brindamos.
Varios litros después, se ponen serias y cuentan: todas vienen de pequeñas
aldeas, todas tienen hijos allá, todas son madres solteras, no vislumbran otra
posibilidad que trabajar en la cantina sin nombre, o en otro lugar similar en
algún punto de la ciudad –El Trébol, La Terminal, El Cerrito, Zona 6–.
La del güipil caro se vanagloria de ser la propietaria del lugar. “La patente está
a mi nombre”, dice orgullosa. Si en algún momento llega a haber un alla-
namiento, un problema legal, o finalmente las autoridades decidieran entrar
a Tijuanita, e investigar si allí hay explotación sexual, ella sería la que iría a
prisión. El que dice ser el dueño, el que recoge el dinero en carro del Estado,
según él, estaría tranquilo, su nombre no tiene rastro allí.
¿Qué pasa si toca ocuparse con un tipo violento, con un patán que no respete?
Sonríe. “¡Es que no hay que ser tontas! ¡No hay que pensar! Se piensa en el
pisto: el pisto es el pisto”. El dinero es el dinero. No hay que pensar.
Llega la policía a la Novena. Esas supervisiones que se realizan de rutina los
fines de semana. Un convoy de unas doce patrullas, con las luces iluminan-
do los herrumbrados carteles. Los policías descienden armados de la parte
trasera de los picops bajo una llovizna liviana. Recorren los antros. “Ya se
fueron los que venden droga”, dicen las mujeres sobre los que se dedican al