MICHELLE MOLINA M.
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REVISTA ACADÉMICA ECO (16) : 25-47, ENERO / JUNIO 2017
Ante intentos de elevar impuestos, redistribuir ingresos, aumentar protección
social o influenciar dónde y cómo invierte el sector privado; la élite económica
amenaza con reducir sus inversiones aludiendo a la facilidad de movilizarse a
entornos más favorables y sus supuestos efectos en el declive de ingresos fiscales y
el aumento del desempleo. Estos argumentos suelen ser suficientes para persuadir
al Gobierno de reducir impuestos a empresas, cancelar promesas de redistribuir,
diluir propuestas de ampliar derechos laborales, etc. En esta línea, la Universidad
de Harvard y el BID (2006:124), evidencian que el sector privado influye en la
política principalmente en Guatemala donde “su influencia refleja no solo la fuerza
del sector privado, sino también la debilidad relativa de las demás instituciones del
país”. La gestión pública tiene capacidad limitada y es susceptible a presiones de
intereses particulares.
• Partidos políticos e institucionalidad
Las organizaciones de la sociedad civil pueden aumentar las capacidades políticas
de los pobres, influir en la política nacional y hasta sentar bases para partidos
políticos más duraderos, institucionalizados y responsables. A pesar que pueden
ser una importante fuente de asistencia y movilización para grupos entre los
pobres, son las organizaciones políticas los principales agentes sobre el carácter y
conducta de la política pública. Y son sus propias falencias las que repercuten en la
población y principalmente en los sectores más pobres.
Los partidos políticos pueden ser alianzas temporales con individuos poderosos,
organizaciones más estables construidas alrededor de redes (regionales,
patronales, étnicas o religiosas) u organizaciones basadas en ideologías y
programas bien definidos y liderado por miembros voluntarios comprometidos
con un sistema institucional democrático. Mientras más se asemejen los partidos
a la última descripción, son más capaces de representar eficazmente a los pobres.
Los resultados del presente trabajo parecen explicar que pese a que los partidos
temen a las movilizaciones de los pobres, principalmente por tener incentivos
menos pasajeros que el resto de población, estos no son vitales para su vida
política. Esto derivado de Houtzager (1999) y su argumento de que cuando los
partidos políticos compiten realmente por los votos de los pobres, este grupo tiene
mayor oportunidad de influir en la política o al menos ver plasmados sus intereses
y necesidades en ella.
Kimberly Niles (1999) explica cómo el patrón de la competencia entre partidos
afecta el grado y forma en que compiten por los votos de los pobres, y señala que
se debe a la diferencia entre quienes tienen sistemas de partidos políticos estables
o fragmentados. La autora sostiene que cuando los partidos son estables, las
decisiones se dan entre dos o tres partidos políticos que operan en un horizonte
amplio, y requieren gran proporción de votos para ser electos; razón por la que
acumulan mucha información sobre sus votantes y posibles recompensas a
diversas estrategias. Este sistema tiende a producir partidos y Gobiernos con un
alto compromiso con los pobres.