SIBYL ITALIA PINEDA S.
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REVISTA ACADÉMICA ECO (16) : 15-24, ENERO / JUNIO 2017
prácticas de formación, movilidad y recompensa
se establecen a partir de negociaciones y acuerdos
estrictamente individualizados, es decir, suceden
entre el trabajador y su jefe directo o recursos
humanos (Soto, 2009). Las negociaciones, entonces,
en términos de la planificación sobre la naturaleza
de sus actividades, de control de su trabajo, las
remuneraciones e incluso las posibilidades que tiene
ese individuo de construir una carrera profesional
se basan exclusivamente en los conocimientos,
prácticas y habilidades que pueda poseer ese
individuo; de modo que, internamente, se hace
una valorización sistemática de los individuos a
partir de la tendencia a responsabilizarlos por las
condiciones de su propia empleabilidad. La noción
de empleabilidad, así como la importancia de
mejorarla, se vuelve fundamental en este modelo de
gestión, precisamente porque ya no es la empresa
la encargada de ofrecer las posibilidades que le
aseguren la movilidad efectiva y el acceso a una
carrera, sino que son los mismos trabajadores los
que deben buscar desarrollarla como el medio por
el cual pueden adquirir la capacidad individual para
encontrar un empleo y, a la vez, para construirse
una carrera autónoma (idem).
De esta forma, los mercados internos desempeñan
un papel clave, en tres sentidos:
a. Se establece un proceso inminente de
individualización de los trabajadores que,
reforzado por las condiciones flexibles,
episódicas y temporales del empleo, han
generado un ambiente laboral altamente
competitivo. En la actualidad, el trabajador no
encuentra muchos motivos para desarrollar
algún apego a su puesto de trabajo o a sus
colegas, debido a que, por un lado, está
inmerso en sus propias metas individuales y,
por otro, porque concibe a cada uno de los
miembros del “equipo” de trabajo como una
competencia que deben superar para lograr
sus objetivos e incluso como elementos de
fiscalización de su trabajo (Sotelo, 2010). Esta
situación ocasiona que los trabajadores sean
extremadamente cautelosos con cualquier
lealtad que puedan desarrollar en su lugar de
trabajo, lo que necesariamente desestabiliza
las formas de organización de los trabajadores
y modifica sus incentivos para hacerlo, ya
que el beneficio colectivo ha dejado de ser
relevante (Bauman, 2000).
b. Se da marcha a un dispositivo de control
social basado en la autodisciplina
8
. La
introducción de mecanismos que giran
alrededor de reglas condicionadas se
implementan de tal forma que podrían
considerarse como instrumentos de coerción
flexible (Soto, 2009), pues sus criterios
explícitos, tanto de inclusión, como de
exclusión, generan estructuras de incitación
(Coriat, 1992)
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en las que los trabajadores
consideran los incentivos demasiado
poderosos para motivar su compromiso y
las exclusiones demasiado disuasivas para
desalentar cualquier resistencia, de modo
que los individuos no tienen otra salida
más que aceptarlas y obedecerlas.Este se
constituye como un elemento fundamental
pues permite introducir un cambio de
actitud en el trabajador, cuya opinión en
favor de la empresa, le permite involucrarse
más con los objetivos estratégicos de su
empleador (Sotelo, 2010).Esta medida
implica un proceso bastante particular de
regulación normativa de la conducta de la
clase trabajadora, ya que se logra a través de
la modificación de lo más valioso que tiene
el trabajador: su conciencia, a manera de
8 Para Onho, la autodisciplina y la cultura de cooperación
dentro de la fábrica eran conocidos como el “espíritu Toyota”.
9 Según Menard (1990; en Coriat,1992) las estructuras
incitativas se pueden concebir como el conjunto de
procedimientos que están destinados a inducir a los agentes a
mostrar sus preferencias o sus informaciones y, posteriormente,
aceptar las consecuencias en sus propias actividades. Además,
Coriat (1992) señala que para la teoría de las organizaciones,
la incitación se refiere a un conjunto de acontecimientos que
permite manipular a un decisor o clase de decisores, con el
objetivo de modificar sus actos y aceptar las consecuencias de
los actos elegidos por ellos u otros agentes.