LA METAMORFOSIS EN EL MUNDO DEL TRABAJO
REVISTA ACADÉMICA ECO (16) : 15-24, ENERO / JUNIO 2017
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a. La identidad del empleo, que se refiere
particularmente a aquella que surge de
las transformaciones productivas. Esta se
construye con base en los tipos de oficio,
al centro particular donde se trabaja, al
proceso de formación tanto académica como
profesional o, bien, a partir de las experiencias
compartidas con otros trabajadores que
pertenecen a un mismo colectivo.
b. La identidad del trabajo, que se refiere a todo
aquello que permite construir una cultura
alrededor del trabajo mismo y a todo aquello
que permite la dignificación del trabajador
a través de esta; son elementos que pueden
asociarse directamente con las condiciones
de vida y de consumo de los individuos.
c. La pertenencia a una clase social o grupo
específico, cuyos intereses y objetivos
sean comunes, la cual se ve fuertemente
modificada por las relaciones de poder en
el ambiente de trabajo, los conflictos, etc.
(Anton, 2008).
Es importante comprender que la construcción
subjetiva no representa un simple reflejo de las
condiciones objetivas, sino que, en su interacción
con estas, se originan mediaciones particulares y
se gestan conciencias individuales y colectivas que
no solamente dan paso a una gran diversidad y
heterogeneidad en las configuraciones laborales,
sino que pueden, incluso, garantizar la evolución y
consolidación de las condiciones objetivas.Es por
esa razón, que se debe entender que la subjetividad
conlleva aparejada una noción de relación histórica,
es decir, esta no surge de la nada, sino que resulta de
las interrelaciones que suceden en un lugar y tiempo
determinados, de manera que tratar de comprender
las razones por las que los individuos en la actualidad
desempeñan determinados papeles sociales o, bien,
la manera en la que estos desarrollan una visión
particular del papel que creen desempeñar en los
espacios laborales, requiere de un análisis de la forma
en la que una diversidad de individuos configura
sus visiones dentro de un periodo de cambio social
particular y, al mismo tiempo, determinar los
patrones en sus relaciones, en sus ideas, y en sus
instituciones (Thompson, 1966).
Con esto en mente, es evidente que la subjetividad
de la clase trabajadora ha sufrido mutaciones
significativas durante las últimas tres décadas;
dichas mutaciones surgen por una nueva
configuración de la lucha de “clases”, que es cada
vez más difusa, debido a que la conciencia colectiva
ha sido reemplazada por una multiplicidad de
proyectos individualistas. Los pilares de esta
nueva subjetividad se localizan, precisamente,
en los principios onhistas, ya que a partir de los
principios de organización y de división del trabajo,
se instaura de forma paralela un modelo de
gestión basado en lo que se conoce como modelo
de mercados internos.
El modelo de mercados internos se refiere a
“una unidad administrativa en cuyo interior
la remuneración y la asignación del trabajo
están determinadas por un conjunto de reglas
y procedimientos administrativos” (Doeringer y
Piore, en Coriat, 1992:80).
Dichas reglas internas son fundamentales, no solo
porque permiten alcanzar los objetivos productivos
a través de la estabilización de las condiciones
del empleo dentro de las empresas, sino porque
permiten mejorar la calidad del trabajo. Estas reglas
establecen “perspectivas de promoción claramente
establecidas, así como de líneas de carreras abiertas
y conocidas por todos, [que] favorecen el desarrollo
de la implicación de los asalariados” (Coriat,
1992:83);de modo que la observación de estas
reglas por parte de los trabajadores, tanto formales
como informales, les posibilita alcanzar una
movilidad ascendente, acceder a mejoras salariales
y a jubilaciones (prestaciones) e incluso acceder a
la posibilidad de adherirse a un plan de formación
continua dentro y fuera de la empresa.
De esta manera, estos criterios establecen
sistemas de gestión interna por competencias que
son altamente individualizados, pues todas las