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dió que con este presidente se sentía a gusto para
tomar decisiones propias. ¿Era con el que mayor
afinidad había sentido de todos? Sí, lo era.
***
El larguísimo interrogatorio casi había terminado y
el secretario de la Paz posaba para las últimas fotos
de Sandra Sebastián, ya a deshoras. Hacíamos
bromas sobre la duración exagerada de la charla,
que él había atendido con amabilidad descomunal,
cuando le dije que conforme avanzaba el reportaje
más me comentaba la gente, en respuesta a una
pregunta mía, que él, Arenales Forno, era un per-
sonaje a medio camino entre Joseph Fouché y el
príncipe de Talleyrand. Tanto Fouché como Ta-
lleyrand habían sido dos hombres clave de la Re-
volución francesa, habían sabido moverse, hábiles
y traicioneros, para ocupar puestos importantes en
los regímenes sucesivos y contradictorios de aque-
llos años, ambos poco queridos pero ambos muy
poderosos, Fouché casi siempre desde la sombra,
la policía y el espionaje, Talleyrand a menudo en
la diplomacia.
Un amigo suyo lo veía como el primero por su
capacidad de estar entre bambalinas e influir per-