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Un día de esos, en un despacho oficial, le pregunté
a un miembro del gabinete si alguna vez Arenales
le había pedido durante un encuentro su apoyo pa-
ra derrocar a Paz y Paz o al menos para detener los
juicios en contra de los militares. El hombre zozo-
bró levemente y me interrogó sobre el encuentro,
la fecha, el lugar. Le dije que no sabía ni la fecha
ni el lugar exacto, pero que tenía entendido que
había sido reciente y le insinué que compañeros
suyos del gobierno me habían contado historias
similares. Al oírlo el funcionario me contestó que
no, que nada, que nunca le había dicho algo así.
Cuando le sonreí y le insistí sólo añadió: “No está
conforme con el trabajo de Claudia, no le gusta,
pero de lo otro no sé nada.”
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“Éste es el último secreto de la fuerza de José
Fouché, que, aunque anhela el Poder, la mayor
cantidad posible de Poder, se conforma con la
conciencia de su posición; no necesita sus emble-
mas ni su investidura”.
Fouché, el genio tenebroso, de Stefan Zweig.
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