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percibidos. Cuando le pidió una reunión, en medio
del revuelo, a la Fiscal General del Ministerio Pú-
blico no lo supo mucha gente en el gobierno ni
muchos en la fiscalía. Allí llegó a deslizar con pa-
labras mesuradas y argumentos lo que en otros
lugares (que un poco torpemente siente protecto-
res) ha dicho con varias personas presentes en alo-
cuciones tempestuosas.
Exceptuando un detalle.
A Claudia Paz y Paz, la Fiscal General que
después de un cuarto de siglo de apatía estatal ha
logrado encaminar los juicios por genocidio, no le
dijo que la quería fuera de su cargo, que la quería
derrocar, quitarla de su camino.
Le comunicó en cambio que el espíritu de la
negociación fue que hubiera una amnistía, pero
que el problema había sido la Ley de Reconcilia-
ción posterior, habló de los modelos de acuerdos
de paz de otros países y de que iba a ser muy difí-
cil reconciliarse si las investigaciones seguían ade-
lante. Dijo que todo se iba a polarizar más aún.
Bajo la diplomacia subyacía el mensaje: “deténga-
las”. No había pedido la reunión para otra cosa.
Cuando tuve oportunidad, le mencioné a Are-
nales esta reunión, su disgusto por lo que ella hacía
y que le parecía inaceptable. Primero respondió