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insultó, se puso muy nervioso y lo quería demoler
a puñetazos. Arenales le decía: “Mano, fue una
broma”. “¿Una broma?”, y seguían los insultos.
“Es un genio como político”, lo definió Tarace-
na, “es de los buenos, como yo, muy astuto. Es
centrista y pasional. Pero es muy vengativo”.
Le pregunté a Arenales aquel día en su casa si
se considera vengativo porque muchos entrevista-
dos, hombres y mujeres notorios, me hablaban con
la condición del anonimato, por temor a su in-
fluencia y a su lengua o para no estropear la cor-
dialidad de una relación profesional.
"Te puede destruir", me habían dicho.
“No lo sé”, respondió, sabiéndolo, “pero creo
que si alguien me hace algo, lo va pagar. Nunca
me canso de pagar y corresponder a quien me hace
un favor, pero no me dejo de nadie tampoco. Mi
límite”, añadió con voz de abogado, “la legalidad”.
Si la diplomacia tiene algo que ver con la her-
mosura de las formas y la persuasión del conteni-
do, si tiene algo que ver con el derecho y la retóri-
ca y también con el secreto, entonces Arenales
Forno es el diplomático perfecto incluso sin nece-
sidad de estar en el servicio exterior. Su discurso
es pulcro, sus argumentos buscan el amparo de las
leyes y sus actos, si así lo quiere, pasan casi desa-