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Un amigo, hoy reportero de una agencia interna-
cional de noticias, le telefoneó quizá por primera
vez y después de unos segundos le dijo:
–Don Antonio, mi teléfono no funciona bien.
¿Podría hablar más fuerte?
No sin algo de sorna Arenales le respondió:
–Si pudiera, encantado.
Hace aproximadamente un cuarto de siglo,
cuando era el secretario adjunto de la UCN y, en el
tráfago de la campaña para tomar el Congreso, ur-
día las estrategias y las alianzas, Antonio Arenales
Forno recibió un disparo en el cuello. Varias se-
manas pasó entre la vida y la muerte y sus cuerdas
vocales nunca se restablecieron del todo. Lo aleja-
ron de la campaña terapias físicas y operaciones
diversas, y también del partido, y el abogado, el
líder apabullante que se prefiguraba, tardó casi dos
décadas en aspirar de nuevo a un cargo de elección
popular. Desde entonces, su voz es asmática y me-
tálica como la respiración de Darth Vader y a par-
tir de ahí escogió sumergirse, ser –como me dijo
un diputado de la vieja UCN– “actor entre bamba-
linas y ya no de primer plano”.
En el salón de su casa, el abogado me negó tres
veces saber de dónde vino el atentado y tres veces
negó haber sostenido la versión que un conocido