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que no le cuadraban. No sólo era muy difícil creer-
se que toda esa gente estaba desaparecida, sino que
tenía la impresión de que muchos estaban vivos y
en otro lado. O más bien, que habían sido muy vi-
vos.
Comenzaron las búsquedas, y las pistas les lle-
vaban, por ejemplo, a Estados Unidos. En Norte-
américa el rastreo no tardó en dar resultados: algu-
nos desaparecidos no estaban desaparecidos: esta-
ban por allí: por amor, o por trabajo, o simplemen-
te porque habían decidido irse de Guatemala.
Le pregunté a López Bonilla si les ayudó a des-
virtuar el informe de desaparecidos. Poco.
“Como una gota a las 12 del día en el desierto
del Kalahari.”
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“La insuficiencia de voz (así se excusa ante sus
amigos y electores) le impide hablar públicamen-
te”.
Fouché, el genio tenebroso, de Stefan Zweig.
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