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timas siempre las dividía en dos: las del ejército y
las de la guerrilla, sin mencionar a las civiles).
Zury Ríos alguna vez le había dicho al negociador
que los compromisos de paz se podrían haber es-
crito de una manera más completa, pero que no se
habían esmerado.
“¿Para cuándo la música, la cultura?”, exclamó
la hija del General. “No todo es resarcimiento eco-
nómico, que es importante. Teníamos 18 o 20 gen-
tes en los Archivos de la Paz que no estaban ha-
ciendo nada. ¿Por qué pagarlos con nuestros im-
puestos? Aquí acabamos de tener veintiún casos de
niñas que dieron a luz antes de los diez años y aún
así seguimos en el pasado, en el resarcimiento, que
lo entendemos. Pero ¿para cuándo la reconcilia-
ción?”
Nos habíamos trasladado al comedor. Zury
Ríos merendaba ahora un canapé y su discurso
parecía sincronizado con el del Secretario de la
Paz. Después de anunciar el cierre del Archivo, él
en otro ámbito también había mencionado el des-
fase que suponía a su juicio que la Fiscalía de De-
rechos Humanos del Ministerio Público tuviera un
presupuesto tan grande en comparación con la de
la Mujer, y reflexionaba si no era mejor preocupar-
se más por el ahora.