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cación, de gran altura, muy distinguida”) y que no
pierde de vista de dónde vienen los demás, espe-
cialmente si se creen mucho, un caballero gentil de
los que escasean en política, un asesor influyente
por su sagacidad, su lucidez, su astucia, que más
que buscar es buscado, un embajador que presen-
taba la imagen de una Guatemala fuerte y digna,
un hombre de convicciones y causas, un hombre
nada egoísta, un hombre que auxilia. Un hombre
de una conducta –concluyó con la voz suave des-
pués de examinar mentalmente su catálogo verbal
durante varios segundos– “incólume”.
Luego se quedó callada y satisfecha, la mano
derecha en la pierna derecha, la pierna derecha en
la izquierda, y el brazo izquierdo estirado sobre el
lomo del sofá, con una gran sonrisa.
Pero en su letanía Zury Ríos no había mencio-
nado si, como hombre educado por un padre varias
veces ministro de regímenes militares, era un nos-
tálgico de tiempos más autoritarios o si se encon-
traba cómodo en el sistema actual, y más tarde
aproveché a preguntárselo.
Tampoco yo lo había entrevistado aún para sa-
ber que cuando le pidiera definirse, las primeras
palabras que saldrían de su boca serían “profun-
damente demócrata” y que para él democracia sig-