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fuerzas especiales de la Policía, haciendo guardia
frente a la puerta. El General, de 86 años, encabe-
zó la dictadura entre 1982 y 1983, uno de los pe-
riodos más crueles de la guerra, y hoy guarda
arresto domiciliario desde que el 26 de enero, doce
días después de haber perdido la inmunidad que le
confería ser diputado, un tribunal guatemalteco lo
ligara a proceso por el delito de genocidio. Des-
pués de varias audiencias, sus abogados no habían
tenido éxito en sus apelaciones y pese a la amnis-
tía decretada por la dictadura militar en 1986, Ríos
seguía enclaustrado, pues el genocidio, recordó la
juez, no es indultable.
Desde el recibidor, la casa de Zury Ríos se sen-
tía amplia, luminosa y perfumada, y la sala en la
que hablamos de su padre, de Antonio Arenales y
del proceso de reconciliación estaba llena de mue-
bles de tonos cremosos y madera oscura a medio
camino entre lo neoclásico y lo rococó.
Aunque una prima de Zury Ríos quedó recien-
temente viuda de un hermano del secretario de la
Paz y ya se conocían de antes, la relación de am-
bos se fraguó mientras Arenales servía de embaja-
dor en Washington, y se consolidó cuando, segun-
do en el listado nacional del FRG sólo por detrás
de ella, el abogado obtuvo un escaño en el Congre-