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mo secretario, no me dijo nada pero retiró mi
comparecencia por estar ‘muy cerca de las vícti-
mas’. El testimonio, de todas maneras, se leyó. Lo
envié por fax tiempo antes”.
Álvarez repite algo que me ya me había dicho
un funcionario de gobierno: Arenales Forno es ex-
tremo en sus posiciones.
Según Álvarez, Arenales Forno sostiene que la
Sepaz nada tiene que ver con la memoria histórica
y que pretende negociaciones internas que le pon-
gan punto final al pasado y evitar la Corte Interna-
cional de Derechos Humanos.
“En la primera reunión dijo que había que acu-
dir a la reconciliación, a las leyes de punto final,
como en Argentina. Yo le respondí”, me explicó
Álvarez con un gesto travieso, rizándose el bigote,
“que la historia siempre termina llegando, que en
Argentina esas leyes se cayeron. No se soportan
con el tiempo”.
El secretario de la Paz me confirmó el tono ge-
neral de la anécdota de Guayaquil, y añadió: “Ante
cualquier tribunal uno tiene la potestad de retirar a
los testigos propios. Álvarez había sido elegido por
el gobierno anterior y a mí, ya allí, me generó des-
confianza. Y cuando se supo que lo retiraba, los
hechos me dieron la razón: una abogada de la co-