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Kate Doyle, directora del National Security Archi-
ve, que conserva y estudia los documentos descla-
sificados del gobierno estadounidense, no estaba
en Guayaquil, Ecuador, esa jornada, pero el día
anterior, después de que el caso del Diario Militar
se tratara ante la Comisión Interamericana de De-
rechos Humanos, intentó convencer a Marco Tulio
Álvarez, el ex director de los Archivos de la Paz, y
a otra perito, Velia Muralles, para que fueran a un
bar con ella a celebrar que ya había terminado el
caso. Muralles y Álvarez se habían pasado la jor-
nada comentando los testimonios que tendrían que
dar un día después, estaban nerviosos, y no acepta-
ron la invitación porque querían volver al hotel a
prepararse más para no cometer ningún error
cuando les tocara hablar. Meses antes, la Copredeh
había decidido que Álvarez fuera a representar al
Estado como miembro de la Comisión de Desclasi-
ficación de los Archivos Militares y a testificar por
el caso de la desaparición en 1984 del líder estu-
diantil
Edgar
Fernando
García,
que
el
MP investigó y llevó a tribunales en Guatemala.
Pero sucedió algo que ninguno había previsto. “Es-
tando allí”, me explicó Álvarez, “vienen los ede-
canes de la Corte y me dijeron: ‘señor, el Estado
ha retirado su participación’. Arenales Forno, co-