4
Introducción fornográfica
La primera vez que reparé en Antonio Arenales
Forno fue en enero de este año y no tuvo que ver
con ninguna agudeza mía. Hacia finales de di-
ciembre el presidente electo de Guatemala, el mili-
tar retirado Otto Pérez Molina, había empezado a
desvelar los nombres de quienes lo acompañarían
en el gabinete y un mes después ya todos ellos ha-
bían tomado posesión con el cambio de gobierno.
En los medios de comunicación, especialmente en
los impresos, el examen al elenco de ministros y
secretarios se había centrado en lo normal en un
país que aún vive el cisma que profundizaron 36
años de guerra civil, entre 1960 y 1996.
Como cabía esperar, lo que llamaba la atención
no era sólo el ver ahí a los guardianes de los in-
tereses empresariales que habían financiado la
campaña, a un pastor apóstata en el cargo de canci-
ller o a ciertos políticos de honorabilidad dudosa e
incompetencia probada. Lo que más polémica sus-
citaba era comprobar cómo el primer ex militar
que alcanzaba la presidencia en las urnas llenaba
de viejos compañeros del ejército cargos que con-
trolan las políticas de seguridad interna y la inteli-
gencia estratégica del Estado. En esa vorágine, el