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lucionaria del Pueblo en Armas, una facción de la
vieja guerrilla. “Como persona”, declaró Edgar
Gutiérrez, “tiene empatía con los discriminados y
aquellos que no tienen poder. Desprecia la falta de
inteligencia en sus interlocutores”.
Le pregunté a Arenales si era cierto que había
gozado cuando una sobrina suya que se compro-
metió en Canadá con su novio de la India, se lo
había presentado a su familia, y estos al verlo tan
“negrito”, casi se desmayan. Soltó una carcajada,
hizo una precisión, y dijo: “Es que soy un hombre
sin prejuicios”.
A Arenales Forno le gusta verse como un hom-
bre libre de prejuicios en materia de sexo, etnia,
política y religión. Tiene una gama tan variada de
relaciones que a veces sorprenden en un entorno
dogmático en el que las afinidades dependen de las
adscripciones ideológicas. Quizá porque es un
hombre que no rehúye nunca un debate ni teme
dejarse convencer por un argumento mejor que el
suyo, como me dijo Cerezo, o tal vez porque, se-
gún el aforismo que acuñó el ex vicepresidente y
miembro del equipo de reforma constitucional
Eduardo Stein, “achicar el espectro de las relacio-
nes personales, la endogamia intelectual, es el os-
tracismo”, el abogado se siente cómodo en cual-