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la izquierda de la época. Le pregunté si no había
tenido roces con su padre por motivos ideológicos
y me respondió que apenas: no se podían medir
aquellos tiempos de guerra fría con los estándares
de éstos, y concluyó que la vieja derecha guate-
malteca era fascista, mientras la de hoy es liberta-
ria. Lo dijo sin mostrar predilección o admiración
por ninguna de las dos.
–Y usted, ¿a cuál de las dos pertenece?
–Yo soy de centro. Mi forma de pensar no ha
cambiado mucho desde la UCN y podría estar en
cualquier gobierno que no se sitúe en los extremos.
Antonio Arenales Forno proviene de una cuna
ilustre de esas cuyo nombre se enreda en los tron-
cos antiguos de la política y la economía del país,
de la aristocracia o la oligarquía. Hace tiempo que
su apellido no es sinónimo de fortunas rutilantes o
inmensas posesiones pero su linaje es el mismo
que el de renombrados hombres de Estado, aboga-
dos influyentes, diplomáticos y algún que otro em-
presario. O está emparentado con varias de sus
estirpes: los Urruela, los Skinner-Klee, o de mane-
ra más reciente y frágil, Castillo Sinibaldi.
Un tío suyo, Emilio Arenales, fue canciller y,
sobre todo, presidente de la Asamblea General de
las Naciones Unidas en 1966. Otro, Alejandro