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matanzas que realizó el ejército. Los cementerios
clandestinos que ya son públicos arrojan datos de
su brutalidad”, dijo de inmediato. “La discusión
está en opiniones personales: que si hubo genoci-
dio o si sólo fueron masacres. Pero eso es folclóri-
co. Eso que lo diriman los tribunales”.
Le cuestioné lo mismo a Edgar Gutiérrez, ex
coordinador del Proyecto Arquidiocesano
de Re-
cuperación de la
Memoria Histórica, amigo de
Arenales, canciller cuando éste era embajador en
Washington durante el gobierno de Alfonso Porti-
llo y miembro del equipo de reforma constitucio-
nal, y fue aún más categórico: “No”, me contestó.
“El cuco son los procesos judiciales por violacio-
nes de los derechos humanos y del derecho huma-
nitario internacional”.
Al fin y al cabo, lo inaceptable no tenía tanto
que ver con la memoria histórica, es decir, con sa-
ber y no olvidar lo que ocurrió. Por eso, como me
explicó un compañero suyo de gabinete, Arenales,
sofisticado, nada torpe, reconoció los hechos ante
los tribunales y ha ofrecido investigar sobre las
víctimas. Lo inaceptable, le han oído decir ante
algunos ministros y frente a Otto Pérez, es que ha-
ya casos abiertos y Ríos Montt esté procesado.