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forma de hacer desaparecer documentos funda-
mentales para entender la guerra y destilar respon-
sabilidades.
Lo cual, según me había confirmado días antes
el destituido responsable del Archivo, Marco Tulio
Álvarez, ex combatiente del Ejército Guerrillero de
los Pobres, de alrededor de 50 años, melena lacia,
bigote recio, camisa de manga corta a cuadros
abierta hasta el segundo botón, bolígrafo Bic, y un
sencillo Samsung color turquesa, no era cierto.
Su unidad, explicó Álvarez, se había dedicado a
sacar copias de los documentos de otras institucio-
nes estatales como Gobernación, Bienestar Social,
la Policía, el Ministerio de Salud o Fontierras, y
había comenzado a organizarlas y a investigarlas,
como hicieron con el Diario Militar, para com-
prender mejor lo que sucedió entre el derrocamien-
to de Árbenz en 1954 y la firma de la Paz en 1996.
Eso, según Álvarez, era lo que lo volvía grave:
que los archivos existieran no servía de nada si no
había alguien ordenándolos, estudiándolos y ha-
ciéndolos accesibles. Si se despedía al personal
que había recibido entrenamiento para hacerlo y
tenía experiencia, nadie más llevaría a cabo esa
labor. Ni en la Sepaz, vaticinó Álvarez, ni en nin-