25
llevó a cabo alrededor de 300 actos de dignifica-
ción y entregó por primera vez los 300 millones de
quetzales con los que se dota el Programa Nacio-
nal de Resarcimiento, creó los Archivos de la Paz
y comenzó (y vio cómo se truncaba) el proceso
para desclasificar los archivos militares. Logró
construir también un tenue discurso que intentaba
superar la culpa o la brecha incluyendo símbolos
como las banderas de los cuatro pueblos de Gua-
temala y la centroamericana al lado de la nacional,
o el son Rey Quiché en lugar de la marcial Grana-
dera para las apariciones públicas del Presidente.
Y, según me explicó Blanco, lo habían mezclado
con la reivindicación de unas creencias, unos idea-
les, y unas víctimas en la estela de una época, la de
la Revolución de Octubre de 1944 –tumba de una
provecta dictadura– que habían sido proscritas del
imaginario público por la derecha.
Desde la toma de posesión del general retirado
Otto Pérez se supo que todos esos guiños simbóli-
cos iban a desaparecer (“Este gobierno ni siquiera
confronta la simbología del gobierno anterior”, me
dijo Blanco con cierta molestia”; simplemente la
suprime”). Y quizá por eso, cuando se anunció la
clausura de aquella dirección, se interpretó como
una afrenta a la memoria histórica y como una