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Pese a su rutina de trabajo, que incluye dirigir
la Sepaz y asesorar a Otto Pérez en materia de re-
forma constitucional, política antidroga y política
exterior, el secretario parecía vivaz, no tenía aspec-
to de estar cansado, y antes de instalarnos en un
par de sillas forradas en cuero mencionó sonriendo
algo sobre mi origen y unos datos personales no
muy conocidos, como si dijera: “no vayas muy
lejos, sé quién eres y a qué vienes, te tengo medi-
do”, como si marcara el terreno o negociara un
tratado de paz.
No me extrañó del todo. Para esos días yo había
hablado o escrito ya a más de una veintena de per-
sonas que conocían al secretario de la Paz y me
parecía probable que el mismo Arenales supiera en
detalle, incluso antes de que yo se lo hubiera dicho
al pedirle la entrevista, de qué se trataba el reporta-
je y que hubiera hecho sus propias averiguaciones.
Quería conocer quién era, cómo pensaba, y cuál
era su proyecto. Encontrarse por lo menos en
igualdad de condiciones es un principio básico de
la diplomacia y la política, de la negociación, a lo
que se ha dedicado siempre.
Ya había además otra gente que estaba al tanto.
Una noche antes, un célebre periodista multimedia
me había telefoneado para preguntarme qué tal me