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Su biografía no es una biografía heroica, es casi
subrepticia. Ahora, como Secretario de la Paz, co-
mo uno de los asesores más influyentes del presi-
dente Otto Pérez, ha emergido de ese segundo tér-
mino en el que se deslizó durante años con maes-
tría y astucia, y en este último mes ha disfrutado de
una notoriedad, de un protagonismo político, de
una fama tan expansiva, como nunca había tenido
hasta la fecha.
Me recibió en su apartamento un miércoles re-
ciente hacia el final de la tarde. A sus 61 años vive
solo y su pelo algo despeinado, su bigote grisáceo,
las cejas picudas o escépticas o permanentemente
asombradas y sus facciones duras y erosionadas le
imprimían, como me dijo una conocida suya, un
lejano aire de Sean Connery poco risueño.
La casa era un conjunto abigarrado de muebles
de maderas nobles, cuadros con escenas náuticas o
abstractas, imágenes religiosas coloniales, escultu-
ras de estilo clásico, fuentes y vasijas y utensilios
de probable plata y algunos adornos que recorda-
ban al cristal de Bohemia. La impresión general
era la de estar entrando en una estancia pequeña de
un museo privado con un propietario que si obte-
nía algún placer de las obras, no era el de explicar-
las ni el de alardear de ellas.