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Varios adversarios intentaron convencerme de
que todo su comportamiento estaba controlado por
el hecho de que maltrataba a su perro, de que com-
praba flores.
Sobra decir que “maltrataba a su perro, com-
praba flores” es un decir. Una expresión desplaza-
da. Pero cosas por el estilo.
Sobra decir que el parentesco, la familia como
unidad política y económica –más que la vida fa-
miliar– es uno de los elementos que vertebran el
poder oligárquico en Guatemala, y que Arenales
Forno tenía, tiene, ahí está registrado, pedigree,
apellidos sonoros, largas genealogías.
Pero en el camino, había descubierto algo que
me inquietaba: que tenía complicaciones para in-
terpretar a Arenales Forno a partir de lo que había
aprendido sobre Arenales Forno, pero que Arena-
les Forno me era muy útil para revisar varias de las
tensiones políticas esenciales del periodo democrá-
tico.
El secretario de la Paz era un hombre difícil de
descifrar siguiendo los estándares maniqueos, ra-
dicalmente duales y simplones, de la política gua-
temalteca y quizá internacional, y a menudo los
entrevistados tuvieron que aludir a notorios perso-
najes históricos para compendiar su significado, o