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die es normal, ninguna victoria examinada en de-
talle es distinguible de una derrota, etcétera.
Mi investigación había sido un poco primitiva.
Es decir, primitivas las herramientas. Lanzas neolí-
ticas para abatir a la bestia. Pese a ser un hombre
con una larguísima trayectoria de cargos funda-
mentales con distintos gobiernos en un Estado casi
puritanamente clientelista, era como si su nombre
hubiera sido barrido prácticamente de internet y de
los libros, y prácticamente de los periódicos. Citas
recónditas en documentos ignotos, menciones es-
casas, menores, en los libros más minuciosos que
trataban temas que él había protagonizado, apari-
ciones irrelevantes, burocráticas, pocas, en los dia-
rios, especialistas en el conflicto y en la reconcilia-
ción que no lo conocían más que de oídas, Wiki-
Leaks. La búsqueda partió casi desde cero, como
supongo que ocurría en esa Antigüedad mítica de
antes de internet, y el personaje se fue reconstru-
yendo a partir de las versiones versátiles de quie-
nes lo conocían, lo querían, lo detestaban, lo valo-
raban, o les resultaba más o menos indiferente (de
estos últimos, en este momento, no recuerdo nin-
guno).
Acceder a Arenales Forno fue, por el contrario,
más sencillo de lo que había supuesto en un prin-