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totípicas, de las caricaturescas, de las de manual:
de esas ante las que unas dice Oh, sí, claro, natu-
ralmente, no hay ninguna duda; y en cierto modo
era un hombre antiguo más moderno que los que
hacen alardes de modernidad.) Era obvio que no
había dado todavía con la lógica del personaje: ese
elemento en torno al que los individuos más inteli-
gentes o más astutos articulan y racionalizan su
narrativa personal aunque a ojos extraños se mani-
fieste viciada y fragmentaria y colisione consigo
misma.
Creo recordar que Villoro hablaba de un hom-
bre que tenía 99 monedas y se sentía incompleto y
era infeliz.
Un físico con la teoría de la relatividad en una
mano y la cuántica en la otra, lejos, peleadas.
La sensación de que algo no es razonable no
porque no lo sea sino porque no está bien contado,
de que carece de redondez, de totalidad, una ges-
talt imperfecta.
Algo así, yo: sin la última moneda, sin teoría
unificada.
Resultaba que todo lo que había pensado –
derecha, conservador, secretario, proyecto: no era
mucho– se había quedado muy corto y que Arena-
les Forno rebasaba mis expectativas –de cerca na-