/ Cambios para no cambiar

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influencias foráneas (desde el golpe de 1954, fomentado de-
cisivamente por la CIA, Guatemala no dejó nunca de seguir 
una línea obediente con la potencia del Norte, afín a su agen-
da geopolítica), disminuido a fuerza de infiltraciones mafio-
sas que operan en su seno con holgada impunidad desde an-
tes de la refundación democrática de 1985, y desmantelado 
a fuerza de privatizaciones, emprendidas sobre todo en el 
período que va de 1996 al 2000, durante la administración 
de Arzú.

A lo anterior súmese el riguroso e inapelable poder de veto 
que ejerce el sector privado organizado en defensa de sus 
intereses económicos (según el BID, no hay país de América 
Latina cuyo sector empresarial influya en la formulación de 
políticas tanto como en Guatemala), la escalada criminal en 
el contexto de un clima social ya de por sí altamente violento 
y conflictivo (entre 1998 y 2008 los asesinatos pasaron de dos 
mil a seis mil anuales) y un sistema electoral y de partidos 
políticos volátil, disfuncional en su mandato de servir como 
vehículo para asegurar la representatividad.

Nos refresca Torres Rivas que, además, Colom ingresa como 
jefe de gobierno arrastrando dos circunstancias que debili-
taban su margen de maniobra: una baja legitimidad como 
resultado de elecciones extremadamente competidas (en la 
primera vuelta ganó con escaso 3 por ciento de margen con-
tra su oponente) y un partido político, la Unidad Nacional de 
la Esperanza (UNE), ya dividido antes del triunfo.