Andrés Zepeda /
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El banquete estaba servido: exhortaciones inspiradoras, pro-
mesas arrojadas al calor de la euforia, llamados edificantes a
la concertación, a la solidaridad y a la concordia. Un globo
tan inflado de buenas intenciones que no costaba mucho an-
ticipar su inminente y bullicioso estallido. ¿Nos estaba min-
tiendo o se trataba más bien de un autoengaño? ¿Qué le pasa
a los políticos? ¿Por qué encuentran tanta dificultad en pasar
de las palabras a los hechos?
“Dicen que se hace campaña con poesía, pero se gobierna
con prosa”, comenta Edgar Gutiérrez, economista, politó-
logo y ex Canciller. Pero el fárrago prosaico que caracterizó
a la administración saliente es reflejo –como se sugería al
principio– de eso que los guatemaltecos, en esencia, somos.
Y si bien lo que en esencia nos caracteriza es una formidable
(aunque conflictiva) diversidad, esta diversidad se ve remitida
a una sola circunscripción territorial heredada de la Colonia,
y sobre todo se ve congregada en torno a una historia común
que es preciso conocer para intentar hallar, en ella, por un
lado los precarios hilos que sostienen a nuestra sociedad y
por otro lado los profundos vacíos que inhiben su desarrollo.
Un barco a la deriva
En su prólogo al libro Rendición de cuentas, del exministro
Juan Alberto Fuentes Knight, el sociólogo Edelberto Torres
Rivas observa que nada se asemeja tanto al Estado guate-
malteco como un barco a la deriva, y nos recuerda que du-
rante un siglo operó aquí un mal llamado Estado ‘liberal’
apoyado en los mandamientos coloniales, basado en el poder
de los cafetaleros y del enclave bananero y “militarizado por
todos lados, sujeto a las órdenes de Estados Unidos”.
De un Estado liberal pasamos, pues, a un Estado militar y
luego a un Estado residual, raquítico, debilitado a fuerza de