/ Cambios para no cambiar
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Constitución que no nos representa a todos. Somos herede-
ros de un sistema económico excluyente y de una idiosin-
crasia discriminatoria, basada en la descalificación del otro:
indio huevón, muco cholero, marero maldito, chonte ladrón,
chafa mierda, culo fresa, canche hueco.
Venimos arrastrando, como carta de identidad cultural, un
legajo frágil de mitos fatuos y momentos de dudosa ralea: la
sangre de Tecún, el pecho del quetzal, un pedazo de cielo
del que pende una nube su albura, el gol que Carlos Plata
le metió de cabeza a Brasil, las ruinas de Tikal, el lago de
Atitlán otrora sin rastros de caca y cianobacteria, la marca
más vendida del oligopolio cervecero, nuestro gusto por el
pollo frito caro, las cumbres domadas por Jaime Viñals, las
consignas de GuateÁmala cayendo como nube de confeti, el
triunfo de Carlos Peña y Fabiola Rodas en sendos montajes
para exacerbar el consumismo, la fama de Arjona puesta al
servicio de una guatemorfosis en clave de agua gaseosa.
Frente a nuestros ojos vendados fluye un caudaloso corredor
de armas, cocaína y mano de obra barata, forzada a largarse
de aquí pero sin visa para entrar allá. Bajo nuestros pies se
pudren todavía los restos con señales de tortura de doscien-
tos mil hombres, mujeres y niños, en su gran mayoría civiles
desarmados, desechable carne de cañón, desoídas víctimas
indirectas en una escabechina de sangre cuyo propósito era
quitarle el agua a aquel temido pez que, por lo visto, sigue
coleando.
Nuestra psiquis es como la de una niña que, tras ser violada
reiteradas veces, bloquea el trauma ensayando tortuosos y
desesperados mecanismos de defensa para no volverse loca
y, al hacerlo, evidencia lo gravemente loca que está. Recom-
pensamos (a veces con votos, a veces con consumo, a veces
con pleitesía) a la recua de verdugos que tienen secuestrado
nuestro derecho a una existencia libre, justa, sana y digna. El