Andrés Zepeda /
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Para colmo, Álvaro Colom se metió zancadilla a sí mismo al
prometer en campaña que en su primer año de gobierno no
haría nada en materia de reforma fiscal. Ello en desmedro
de lo dicho en el discurso de toma de posesión, en el que ma-
nifestó sus intenciones de lograr una política fiscal “estable y
responsable”. Algo “serio”, sostuvo.
Ese acuerdo no llegó nunca: bien dicen que, tratándose de
impuestos, lo que no se hace en el primer año ya no se hace.
No había tampoco, dentro de la UNE, una conciencia o
reconocimiento sobre la importancia del problema fiscal
en Guatemala y sobre la necesidad de resolverlo, recuerda
Fuentes Knight. Y, si la había, prefirieron no enfrentarla de-
bidamente ante el costo político que hubiera podido repre-
sentar.
Como era de preverse, los efectos de no haber impulsado la
reforma fiscal con mayor vigor y convicción no se hicieron
esperar: Guatemala contaba con reservas demasiado escasas
para hacer frente a las dos crisis económicas (la primera, en
2008, derivada del incremento de los precios del petróleo;
la segunda, un año después, resultado de la especulación fi-
nanciera en los mercados inmobiliarios) y se mostraba im-
potente a la hora de encarar los daños provocados por los
torrenciales chaparrones y las intensas sequías que año con
año azotan al país, y que se suman al efecto de la penetra-
ción del crimen organizado, principalmente el narcotráfico.
Era el Congreso de la República el escenario donde con-
fluían los sectores en pugna respecto de la reforma fiscal.
Por un lado el Ejecutivo, por otro lado la élite empresarial
encarnada en el CACIF y representada sobre todo a tra-
vés de sus tentáculos en el Partido Patriota, principal bloque
opositor; y en el medio algunos grupos supuestamente afines
a la UNE, como los diputados de la Gran Alianza Nacional,