Andrés Zepeda /
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dejó de ser un Estado supuestamente liberal para convertirse
en un Estado militar y por último en un Estado residual,
raquítico, debilitado por la influencia estadounidense en esta
región del mundo que bien podríamos denominar su patio
trasero, disminuido a fuerza de infiltraciones mafiosas desde
antes de la refundación democrática de 1985, y desmantela-
do a fuerza de privatizaciones, emprendidas sobre todo du-
rante la administración de Arzú.
En nuestro país, explica Edelberto Torres Rivas, el Ejército
retuvo el poder, cedió la administración del Estado y siguió
cometiendo delitos, vinculándose a los negocios de las drogas
y el contrabando, iniciando el ensamblaje del crimen organi-
zado. Y la administración, claro, también se corrompió ante
la dejadez sordomuda de una población que, en la práctica,
no entiende aún qué rayos es la democracia ni qué respon-
sabilidades implica el hecho de asumirla como sistema de
gobierno.
Los guatemaltecos estamos pagando muy cara nuestra inca-
pacidad para trascender intereses particulares o gremiales,
negándonos a dar el paso decisivo de pensarnos estratégica-
mente como un todo de cara al presente (un presente al que
no es posible arrancarle el pasado que lo explica) y, en esa
línea, sobre bases más anchas diseñar políticas a futuro con
una lógica de nación. Más que un Estado fallido, Guatemala
es una sociedad fallida, postula Torres Rivas. Un no-país.
Pocos procesos, durante la pasada administración, ponen tan
en evidencia este amargo diagnóstico como el nudo de fuer-
zas y pugnas que dieron al traste con los reiterados intentos
de reforma tributaria.
La malograda reforma fiscal
En un documento del Informe Estado de la Región sobre
los mecanismos para la obstaculización de las reformas tri-