Andrés Zepeda /
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Veamos.
El catorce a las catorce
En su discurso de investidura, Álvaro Colom anunciaba una
etapa de transformaciones que hacía suspirar de chochera a
algunos nostálgicos de la truncada primavera democrática,
mientras que otros, a su vez, fruncían el ceño augurando más
de lo mismo o, de plano, interpretando la transición como
presagio lamentable de un regreso a tiempos que creían se-
llados ‘a sangre y plomo’.
A contrapelo de la gravedad que la ocasión exigía, ofreció
una arenga improvisada, detalle que no pocos criticaron ne-
gativamente. Un mal signo, decían, ya que la pieza debió
concitar el trabajo cuidadoso de los mejores cerebros de su
equipo, máxime cuando la pretensión era forjar un hito his-
tórico.
“Le toca a Guatemala, por primera vez en cincuenta años,
un cambio hacia un gobierno socialdemócrata”, expresaba,
con el timbre de voz que le había granjeado ya, y le seguiría
granjeando, motes de burla y comentarios de desprecio. Ese
cambio, dijo, empezaría con una definitiva prioridad: el que
menos tiene. “Hoy empieza el privilegio de los pobres, em-
pieza el privilegio de los sin oportunidad”.
Aseguró estar convencido de que dándole al menesteroso
tendríamos más todos, sostuvo que la política social sería el
principal instrumento para la armonía del país y anunciaba
lo que poco después pasaría a convertirse en el logro más
visible y más cuestionado de su administración a cargo del
Organismo Ejecutivo: los programas de solidaridad, bajo la
dirección del Consejo de Cohesión Social.
“Vamos a trabajar con el pequeño productor tanto en el área
rural como en el área urbana”, prometió, ofreciendo tam-