/ Cambios para no cambiar
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fue director de Programa Nacional de Desarrollo Rural (Pro-
Rural) y financista de campaña.
El problema con el Ministerio de Agricultura, explica Ba-
rrientos, se remonta a los años noventa y se enmarca en
el impacto que tuvo el llamado Consenso de Washington.
“Desde hace veinte años, Guatemala se subió al tren de la
reducción del Estado, especialmente en la política agraria.
Con Álvaro Colom se advierte sólo la agudización de esta
debacle estructural. El bastión de su oferta electoral, que era
el desarrollo del agro, lo tuvo que ceder ante la agenda em-
presarial de los importadores de agroquímicos y distribuido-
res de fertilizantes. La plutocracia trabajando”.
Los altos índices de desnutrición son un claro indicador de
lo poco que, históricamente, ha hecho el Estado guatemalte-
co para remontar el subdesarrollo, evidenciando una cultura
finquera que, según Eugenio Incer (investigador de AVANC-
SO en el área de estudios sobre el campesinado), es racista
o, en el mejor de los casos, paternalista. “Aquí el sector agrí-
cola recibe el 8 por ciento de los préstamos que da el siste-
ma bancario, siendo este un país que vive de la agricultura”,
pondera.
De poco le sirvió al gobierno el haber establecido un Sistema
Nacional de Diálogo Permanente, fustiga Incer, si al mismo
tiempo fijaba una política de criminalización respecto de la
búsqueda de oportunidades para salir de la pobreza. “Y es
que, desde mi punto de vista, las ocupaciones son eso: una
señal desesperada de comunidades que arriesgan toda su in-
tegridad física en ir a ocupar fincas que no están siendo uti-
lizadas o producidas”.
De hecho, el gobierno de Álvaro Colom sobrepasó al de su
antecesor, Óscar Berger, en número de desalojos efectuados
(152 contra 127), traducidos en violencia estatal; además de