/ Cambios para no cambiar

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Fueron, pues, las malogradas ambiciones proselitistas de To-
rres y el haberse aprovechado del aparato estatal para des-
tacar su imagen y lanzar su candidatura (negada con lujo 
de dolo por ella, por el partido y por el gobierno hasta el 
último momento) los factores que, sumados a ese ancestral 
desprecio clasista típicamente chapín, explican la llamada 
Sandrofobia. Ella “secuestró” buena parte de la agenda de 
gobierno, apunta Carrera, haciendo que éste tuviera una ló-
gica electoral, como si fuera un partido político, a pesar de 
requerir una lógica de gobierno. “Hubo también mucha co-
rrupción, aunque no sé si más que en cualquier otro gobier-
no. Lo cierto es que se hizo muy poco para combatirla”, dice.

Mucha corrupción, sí, y escasas acciones encaminadas a 
combatirla; pero sobre todo –según se explica en el capítulo 
anterior– opacidad, ignorancia y desprecio por los procesos.

Las controvertidas transferencias de fondos entre 
ministerios…

En un contexto de asfixia fiscal (dominado además por el 
peso de una oposición ultraconservadora, renuente a cual-
quier política social que modificara las prioridades adminis-
trativas del Estado), la captación de fondos suficientes para 
que los programas de la Primera Dama pudieran cumplir sus 
ambiciosos objetivos de cobertura requería, inevitablemente, 
recurrir a las transferencias interministeriales, una figura le-
gal, aunque severamente cuestionada.

Karin Slowing, titular de Segeplan durante el régimen de 
Colom, considera aceptable el mecanismo de las transferen-
cias si éstas provienen de organismos con baja ejecución y 
se dirigen a otras que tienen necesidad de recursos porque 
así se balancea el desempeño total del presupuesto del Es-
tado, pero advierte que se abusó del procedimiento en fun-
ción de agendas de interés. Los traslados, sin embargo, se