/ Cambios para no cambiar
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En cierta ocasión, refiere, llegó un grupo de personas a pro-
testar a FONAPAZ. Bloquearon la quinta avenida de la zona
nueve y ocuparon el patio de entrada. Colom no se afanó.
Mandó a comprarles comida, les proporcionó pedazos de
nylon cuando empezó a llover, les dijo que con medidas de
ese tipo no iban a lograr nada con él y que, si querían diá-
logo, levantaran todo y se sentaran a platicar para ver cómo
solucionar el problema. “Lo que él buscaba era siempre
llegar a un consenso”, dice. “Sandra Torres lo absorbió, lo
copó. Muchas cosas las hizo quedando bien con ella, en vez
de hacer lo que tenía que hacer”.
No obstante, el mismo Godoy reconoce que cuando Torres
tomaba el control de algo, se informaba, tomaba decisiones
y daba órdenes. “No había tanta discusión, a diferencia de
Álvaro, que trataba siempre de conciliar y consensuar antes
de girar instrucciones. Son dos estilos muy diferentes de di-
rigir”.
La desmedida Sandrofobia
En el espacio específico dominado directamente por Sandra
Torres imperaba la disciplina más estricta y fuertes ritmos
de trabajo, pero a la Primera Dama le faltó proyectar con
objetividad lo que en realidad estaba haciendo: “A través del
clientelismo que estos programas permitían, se decía que ella
iba a entronizarse en la presidencia, para entonces sí em-
prender el socialismo del siglo veintiuno”, asegura Gustavo
Porras, secretario privado en tiempos de Álvaro Arzú. “Ella,
y sobre todo sus ‘representativos’, hicieron más que suficien-
te para consolidar esta imagen, que muy probablemente le
costó la inscripción como candidata y la victoria posible”.
Iduvina Hernández considera, en cambio, que el influjo de
la doña fue sobredimensionado en su descalificación, a partir
de una imagen que la mostraba como el enemigo público nú-