/ Cambios para no cambiar

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aquel remezón, que asimismo provocó un despertar de con-
ciencia en muchos grupos sociales, y en consecuencia, “hoy 
tenemos mayores y mejores niveles de participación”.

Una participación traducida, sobre todo, en antagonismo 
puro y duro: a partir de entonces Colom encontraría aún 
más dificultades para gobernar (y aún menos poder para 
intentarlo), habida cuenta de una polarización magnificada 
como nunca antes en la historia ‘democrática’ del país. En 
opinión de Orlando Blanco, ex titular de la Secretaría de la 
Paz, al expresidente le faltaron arrestos para enfrentarse al 
poder económico. “Nunca lo confrontó, nunca se hicieron 
los cambios que se tenían que hacer, y a pesar de eso fue 
satanizado por ese sector”.

Los motivos que explican esa paradoja parecen encamina-
dos a la figura que lo eclipsó a lo largo de todo su mandato: 
la temida y detestada Sandra Torres.

Matrimonio por conveniencia

Antes de conocer a Torres, Colom estuvo casado dos veces. 
De su primera esposa enviudó en 1977 debido a un acci-
dente automovilístico. Su segundo matrimonio culminó en 
divorcio. Y también el tercero… pero eso ya es de sobra co-
nocido gracias al culebrón que la prensa nacional nos fue 
ofreciendo por entregas en marzo del año pasado.

Nacida en Plancha de Piedra (hoy Melchor de Mencos), Pe-
tén, un lejano municipio fronterizo con Belice, Sandra Torres 
encarna el súmmum de todas las fobias latentes en la cultura 
hegemónica guatemalteca, tan conservadora y discriminato-
ria como hipócrita: mujer, pueblerina, de origen humilde, no 
muy favorecida físicamente, poco femenina además en sus 
rasgos de personalidad y, para colmo, “igualada y arribista”.

Ella, a su vez, aun siendo mujer ostentaba para sí buena par-