Andrés Zepeda /
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gine, señalado por Rosenberg de haberlo hecho matar. La
élite capitalina, concentrada en la plaza central, exige su re-
nuncia. De lo contrario –dicen los más severos– habrá que
sacarlo a la fuerza. Resuenan ecos viscerales clamando por
un golpe de Estado. La prensa local, borracha de sensacio-
nalismo, no hace sino exacerbar aún más los ánimos, ampli-
ficando la confusión y el malestar ciudadanos.
Suena el teléfono de Roberto Ardón, director ejecutivo del
CACIF. Atiende: es su amigo, el Presidente Colom. Llevan
un buen tiempo sin hablarse (las agendas apretadas, la iner-
cia, las diferencias inherentes al desempeño de sus respecti-
vos cargos; todo ello restringe las opciones de comunicarse
más a menudo), no obstante lo cual, y pese a la escabrosidad
de saberse ubicados en extremos opuestos de la pugna del
momento, consiguen ambos romper el hielo inicial y ceder
al calor del afecto.
(Faltándole el respeto casi, la presentadora de CNN en es-
pañol Patricia Janiot había dejado muy mal parado al go-
bernante días atrás, en una entrevista transmitida por todo
el continente. En su programa televisivo, transmitido desde
Miami al resto del mundo hispanohablante, el también pre-
sentador Jaime Bayly lo había tildado de ‘tontorrón’. Una
parte de su propia familia –refiere Yuri Melini– le había
dado la espalda, recriminándole el haber sido tan tibio en sus
respuestas, tan ‘aguambado’ en su calidad de representante
del pundonor nacional, tan falto de pantalones a la hora de
salirle al paso a la adversidad).
“Lo conozco”, refiere Ardón, quien admite también haber
sido amigo de Rosenberg. “Es un hombre sencillo y muy
sentimental. No te voy a contar de qué hablamos porque
son cosas personales, pero sí puedo decir que su llamada fue
como un relámpago en medio de la tormenta. Me reveló a
la persona detrás de la etiqueta que le da el cargo. Percibí