Andrés Zepeda /
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dedicarse de lleno a la política había destacado como pro-
pietario y líder gremial del negocio de maquilas (industria
manufacturera caracterizada por sus deplorables condicio-
nes laborales y salariales), evidenciaba en él, si no una con-
tradicción, al menos un significativo viraje en términos de
discurso y praxis.
Para 2007, año en que Colom competía por tercera vez en
los comicios, la UNE era ya el partido político de mayor base
a nivel nacional, con más de cien mil afiliados. El hoy expre-
sidente ganó las elecciones con el 52.8 por ciento de los votos
en una segunda vuelta marcada por el abstencionismo (51.7
por ciento), siendo la primera vez en la historia del país que
alguien resultaba triunfador aun habiendo perdido en la ciu-
dad capital, lo cual dejaba entrever que su respaldo político
provenía casi exclusivamente de los estratos socioeconómicos
más desfavorecidos.
La agrupación consiguió 51 escaños en el Congreso (de un
total de 158), pero durante el primer año de gobierno se pro-
dujo una diáspora en la bancada oficial: casi la mitad de los
diputados de la UNE abandonaron el partido, poniendo de
manifiesto el carácter prácticamente postizo de una cuadrilla
de trabajo en realidad inexistente, sin mística ni visión de
largo plazo.
“Al ser demasiado polifacética, por no decir esquizofrénica,
la agrupación nunca terminó de consolidarse”, destaca Ro-
berto Ardón, director ejecutivo del Comité Coordinador de
Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Finan-
cieras (CACIF). Es el precio que se paga por ceder espacios
en función no de ideas compartidas sino por interés en ob-
tener beneficios a corto plazo: “Cuando en vez de formar
equipos sólidos uno mete a caciques territoriales sólo por
atraer votos, es como venderle el alma al diablo”, opina En-
rique Godoy. “Aunque se gane la elección, ya se sabe qué va