/ El largo camino a la justicia
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Primero tenían que dormir a la intemperie, sobre unos cos-
tales y luego comenzaban a erigir champas que se convertían
en ranchos con piso de tierra, techo de paja y paredes de
caña amarradas con travesaños de madera. Por dentro, los
campesinos cubrían las paredes de cartón o nylon para res-
guardarse de los elementos. Afuera, en el patio, colocaban el
comal para hacer las tortillas.
Los sobrevivientes de la masacre recuerdan a Don Federico
Aquino Ruano como un hombre delgado y de baja estatura,
a quien le gustaba fumar. Tenía una voz fuerte pero era un
hombre tranquilo que trataba de solucionar los problemas
de buena manera.
Al iniciar la década de los 80, habían llegado familias de
Santa Rosa, Jutiapa, Retalhuleu y otros departamentos del
oriente y de la costa sur. Dos Erres tenía un total de 745
habitantes y donde antes había selva, ahora había una abun-
dancia de maíz, frijol, piña y maní y se criaban vacas, cer-
dos y gallinas. La cosecha era larga –duraba de septiembre a
junio– y Saúl recuerda que su padre lograba cosechar unos
1,500 quintales anuales de maíz, que transportaba en su ca-
rreta hasta Las Cruces, donde llegaban los comerciantes en
sus camiones.
Una señal de la creciente prosperidad del parcelamiento era
que algunos campesinos habían comenzado a contratar ma-
nos extras que llegaban a “semanear” y trabajaban en la ta-
pisca y otras labores.
El parcelamiento no tenía luz ni alcantarillado, ni puesto
de salud y durante los primeros años tampoco había tenido
agua, lo cual obligaba a los pobladores a ir caminando hasta
Las Cruces para abastecerse. Pero eso cambió en 1978 cuan-
do Don Federico construyó el pozo Ruano, el cual no tardó