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Quiché, donde 1,771 civiles fueron exterminados, durante la 

fase más cruenta de la contrainsurgencia.

Ríos Montt se había presentado de manera voluntaria ante 

el Ministerio Público (MP) y había llegado a la audiencia con 

la mirada altiva, optando por permanecer de pie durante 

toda la sesión, a pesar de que la juez le dijo en varias ocasio-

nes que podía sentarse.

Pero el 21 de mayo de 2012, Ríos Montt se encontraba bajo 

arresto domiciliario y todos los recursos de amparo inter-

puestos por su abogado defensor habían sido rechazados.

Ahora enfrenta un nuevo proceso penal, acusado en esta 

ocasión del asesinato en la aldea de Dos Erres de 201 civiles 

que fueron golpeados en la cabeza con una almádena por los 

integrantes de la Patrulla Especial Kaibil y arrojados al pozo 

construido por el padre de Saúl Arévalo.

Se había venido abajo la fachada de rigidez y altanería de-

jando en su lugar a un anciano de bigote y pelo cano que 

sabía que la historia lo había alcanzado y que podría pasar el 

resto de sus días en la cárcel.

En febrero de este año, durante el juicio de Pedro Pimentel 
Ríos por su participación en la masacre, el experto militar 
peruano Rodolfo Robles Espinoza, había explicado que bajo 
el régimen de facto de Ríos Montt (1982-83), el ejército lan-
zó una campaña contrainsurgente para aniquilar a la guerri-
lla y a las comunidades que la apoyaban, una estrategia a la 
cual el ex dictador se refería como “quitarle el agua al pez”.

El peritaje de Robles Espinoza fue citado extensamente en la 
audiencia de Ríos Montt, durante la cual el Ministerio Públi-
co dijo que no hay evidencia de que el ex dictador haya di-
rectamente ordenado la masacre, pero que  indudablemente 
él fue el arquitecto de las políticas de Estado que condujeron 
a esta y otras violaciones de derechos humanos.