/ El largo camino a la justicia

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tirado el caite”, una espesa y calurosa selva tropical donde 
los primeros pobladores tuvieron que abrirse paso con ma-
chete en mano.

A finales de 2011, Las Cruces se convirtió en el municipio 
334 de Guatemala, pero en aquellos años era parte del muni-
cipio de La Libertad, por el cual pasan dos grandes carreteras 
que van del centro de Petén a la frontera oeste con México. 
Lo normal era que las nuevas poblaciones se establecieran a 
ambas orillas de la carretera. Pero Dos Erres, en el corazón 
de la selva y alejado de las carreteras, era la excepción.

Juan Pablo Arévalo y Federico Aquino Ruano, o Don Lico, 
como lo llamaban sus vecinos, habían vivido juntos en La 
Máquina, en Retalhuleu. Don Federico fue el patriarca de la 
tierra prometida que él y sus paisanos creyeron haber encon-
trado en Dos Erres, donde, desde 1966, la agencia guberna-
mental Fomento y Desarrollo de Petén (FYDEP), había co-
menzado a llevar migrantes de los departamentos del oriente 
y sur del país. Con la fundación de aldeas y cooperativas 
campesinas, el gobierno pretendía comenzar a colonizar el 
Petén, que era, y sigue siendo, uno de los departamentos más 
alejados y olvidados por el Estado de Guatemala.

Pero además de la colonización ordenada, la noticia de que 
en Petén había grandes extensiones sin cultivar, había llega-
do a oídos de muchos campesinos pobres, quienes llegaron, 
como los vaqueros del oeste de las películas norteamerica-
nas, a clavar una estaca en la tierra para convertirla en su 
propiedad.

Fue así como llegaron Federico Aquino Ruano y Marco 
Reyes, quienes se convirtieron en los “encargados” de Dos 
Erres, como se refería la gente a los colonizadores a quienes 
el FYDEP había encomendado la tarea de parcelar un te-