Louisa Reynolds /

Pz

P

62

En 2009, cuando el Estado resarció a las víctimas por ór-
denes de la CIDH, un funcionario de COPREDEH llegó a 
Las Cabezas a buscar a Tranquilino Castañeda, pero no lo 
encontró en casa. Su hermana le dijo que él había muerto 
hacia unos años y se quedó con el cheque de Q317 mil que 
le correspondía. Ahora ella vive en Zacapa, en la casa que 
compró con el dinero que recibió, pero cuando se encuentra 
con su hermano no logra mirarlo a los ojos.

Mientras, Castañeda sigue viviendo bajo el techo que le 
proporcionó su sobrino y se queja de que no cuenta con los 
Q500 que necesita para comprar la medicina para la artritis 
que le recetó el médico.

XXVII

Unas horas después, nos encontramos en el Parque Central 
de Sansare, el municipio dónde llegan y salen los buses a la 
aldea Las Cabezas. Sentado en el suelo, a unos metros de no-
sotros, se encuentra uno de los borrachos que pululan por los 
pueblos los fines de semana. De repente, el hombre, esquelé-
ticamente flaco, se levanta, y con movimientos cómicamente 
descoordinados, cruza la calle y entra a un comedor, de don-
de lo expulsan indecorosamente unos segundos más tarde.

“Yo tomaba a lo pesado y fui a dar al hospital por guaro”, 
dice Tranquilino, con la mirada fija en el hombre ebrio. 
“Pero nunca anduve así por la calle”, agrega súbitamente, 
como si se encontrara frente a una autoridad  ante la cual se 
viera obligado a presentar circunstancias atenuantes.

“No quería nada, no quería vivir. Había momentos en que 
se me iba el pensamiento”, recuerda el anciano.  En una de 
sus peores borracheras llegó a consumir 130 litros de aguar-
diente en un mes.