/ El largo camino a la justicia

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Tranquilino Castañeda se quita el sombrero, se desabrocha 
los botones de su camisa azul celeste y se tiende en la ha-
maca, señalando una silla de plástico para que me siente. 
El único mueble en la casa, además de la silla, es un baúl de 
madera apoyado contra la pared.

Como varios de sus vecinos, Tranquilino vivía en el Parce-
lamiento La Máquina, en la frontera entre Suchitepéquez 
y Retalhuleu, donde “sólo tenía tres manzanitas de tierra”. 
Emigró al Petén, como tantos otros campesinos, cuando lle-
gó a sus oídos la noticia de que en esa inmensa tierra de 
nadie había vastas parcelas disponibles para el que estuviera 
dispuesto a llegar con machete en mano y abrirse camino.

En Dos Erres, Castañeda poseía un terreno de 27 manza-
nas donde producía maíz, frijol y piña. Eran tiempos felices. 
Aunque él asegura que cuando ocurrió la masacre él se en-
contraba en La Gomera, Escuintla, visitando a sus cuñados, 
sus vecinos del parcelamiento afirman que desde entonces ya 
padecía de alcoholismo, y que a causa de los problemas fa-
miliares que su adicción le ocasionaba, tenía la costumbre de 
dejar su casa durante largas temporadas y regresar a la costa, 
donde se gastaba el poco dinero que ganaba como jornalero 
en botellas de aguardiente

Castañeda se encontraba en La Gomera cuando comenzó 
a escuchar rumores sobre una masacre en “Tres Erres” en 
enero del 83, pero creyó que debía tratarse de otro parcela-
miento. Se aferró a esa creencia hasta que llegó a Las Cru-
ces, en abril, donde una persona tras otra le aseguraron que 
el parcelamiento había sido destruido. Tranquilino había 
perdido a su esposa y nueve hijos.

Tuvieron que pasar cuatro años antes de que encontrara el 
valor de entrar al parcelamiento, allí en el lugar dónde se 
encontraba su vivienda sólo halló cenizas.