Louisa Reynolds /

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miento que recibió del Estado compró la finca ubicada en el 
municipio de San Sebastián, Retalhuleu, donde había trans-
currido su desdichada infancia.

Ese era un terreno por el cual sentía un profundo arraigo, ya 
que allí se encontraban los árboles que con sus manos había 
sembrado y que lo habían alimentado con sus frutos cuando 
la esposa de López Alonso le negaba un plato de comida. 
Era su tierra, a pesar de todo el sufrimiento que para él en-
cerraba.

XXVI

A sus setenta años, Tranquilino Castañeda camina con difi-

cultad a causa de la artritis de la que padece en una pierna, 

pero se esfuerza por mantenerse recto y erguido porque tal 

vez así logrará engañar a la Muerte para que no venga a 

tocar a su puerta antes de que logre abrazar al hijo que creía 
haber perdido.

Después de envenenarse lentamente durante casi media 

vida, Castañeda tuvo que llegar al ocaso de su existencia 

para encontrar un motivo para vivir. Ese motivo es aquel 

niño de tres años que sobrevivió a la masacre de Dos Erres 

y que ahora vive en una ciudad extranjera. Por motivos de 
seguridad, es necesario mantener reserva de su nombre.

Bajamos el camino pavimentado que conduce a la aldea de 
Las Cabezas, bajo el sol ardiente del mediodía. En el patio 
de un vecino dos marranos panzones y satisfechos duermen 
una siesta a la sombra de un matorral.

Pasamos varias casas de block con techo de lámina, cada 
una con su tendedero de ropa, su lavadero y las gallinas y 
marranos que merodean por el patio, hasta llegar a la malla 
de alambre que demarca la parcela de su sobrino, quien le 
brinda posada en una de sus dos casas.