Louisa Reynolds /

Pz

P

58

El muchacho lanzó un alarido de dolor, salió corriendo de la 
casa y quedó tendido a media calle, inconsciente. Los veci-
nos sacudían la cabeza y decían: “hasta que por fin lo mató”. 
De no ser por un vecino que se apiadó de él y lo llevó al 
hospital, es muy probable que ahí lo hubieran dejado hasta 
que se desangrara.

Ramiro narró el episodio ante el tribunal, apretando los 
dientes  para evitar que se le quebrara la voz. Hoy tiene 34 
años y jamás ha recuperado la sensibilidad en los dedos de 
la mano derecha.

Durante años, López Alonso había amenazado con matar-
lo si trataba de huir. Paradójicamente, cuando cumplió 18 
años, Ramiro se enlistó en el ejército, el mismo ejército que 
había masacrado a sus padres y hermanos, ya que pensaba 
que era el único lugar donde estaría a salvo.

Pero poco tiempo después, Famdegua comenzó a investigar 
su caso y a buscarlo, sospechando que era uno de los niños 
que habían sobrevivido a la masacre y habían crecido con 
identidades falsas.

Cuando la noticia de que Ramiro era un sobreviviente de 
Dos Erres llegó al destacamento de Zacapa, comenzaron a 
verlo con creciente recelo. Un día, López Alonso fue a bus-
carlo y le advirtió que debía huir porque de lo contrario lo 
matarían. El hombre que lo había sometido a tantas vejacio-
nes y que sólo conocía el leguaje de los golpes le había dado 
una insólita muestra de afecto, salvándole la vida.

Ramiro huyó a la capital, donde Famdegua le practicó la 
prueba de ADN y comprobó que tenía abuelos, tías y tíos 
por parte de su mamá y primos por parte del papá.  Algunos 
vivían en Chiquimulilla, Santa Rosa, de donde habían emi-
grado sus padres, y otros se habían quedado en Las Cruces.