Louisa Reynolds /
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y la evidencia que se halló de que las viviendas habían sido
quemadas, y los autores llegan a la conclusión de que “el
responsable más probable fue el ejército”.
Esto quiere decir que el gobierno estadounidense estaba al
tanto de lo que había ocurrido en Dos Erres y jamás denun-
ció el hecho ya que consideraba que los 201 campesinos que
perecieron el 7 de diciembre de 1982 eran daños colaterales
en la guerra contra el comunismo internacional.
XXIII
La baja estatura de Pedro Pimentel Ríos era más notoria
cuando se paraba a la par de Manuel Antonio Lima, su abo-
gado defensor, un hombre corpulento, con ribetes dorados
en los dientes y un cutis que exhibía profundas marcas de
acné, que parecía haberle dado claras instrucciones sobre
qué debía decir y cómo.
Se veía pequeño y solo. A diferencia de personajes como
Ríos Montt o su ex Ministro de la Defensa, Héctor Mario
López Fuentes, quienes contaban con un grupo de simpati-
zantes fieles, en su mayoría provenientes de la Asociación de
Veteranos Militares de Guatemala (AVEMILGUA), el único
que acompañó a Pimentel Ríos del principio hasta el final
fue su hijo Juan Carlos. Las hermanas y tíos llegaron hacia el
final y el fallo no parecía sorprenderlos.
Pimentel Ríos ya no levantaba las comisuras de los labios en
una mueca despectiva sino que fruncía el ceño e inclinaba
ligeramente la cabeza, como quien hace penitencia, ade-
manes que habían sido ensayados, sin duda, para transmitir
vulnerabilidad e inspirar lástima. ¿Quién podía afirmar que
ese diminuto hombrecillo con el pelo canoso había mata-
do a una adolescente delante de la patrulla para demostrar
“cómo se mata a una persona”?
Lima accedió a que su patrocinado me concediera la entre-
vista durante uno de los recesos, y éste comenzó diciendo
que “lo único que el Ejército ha hecho es cuidar las fronteras